Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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viernes, 7 de agosto de 2009

La colada de la rubia

Echó detergente en la cubeta y la llenó de agua templada. Después, uno a uno y con mucha más delicadeza de la necesaria, fue metiendo sus tanguitas. Los había de todas clases: de leopardo, de hilo, de satén rojo, de encaje negro, con estampado de flores... Los miró con una ternura rayana en lo infantil. Una mujer como ella no podía descuidar su ropa interior. Era alta, rubia, con una cara de muñeca y, lo más importante, con las tetas muy buen puestas. No era difícil que un sábado acabase en cama ajena, o en propia acompañada.

Comenzó a frotar la ropa. El último día que salió recordaba haber conocido a tres chicos. Todos morenos, bronceados y con ropa de marca. Estaban muy musculados y eran simpáticos, portadores de esa altivez y seguridad en uno mismo que revela que el éxito con las mujeres es la costumbre. Dos no estaban tan mal; quizás demasiado simplones. Desafortunadamente, se le insinuó a lo largo de toda la noche el más bajito y narizón, que estaba despechado porque su novia había roto con él. Insufrible. No se fue con ninguno. Pero recordaba llevar puesto, debajo del vestido, un ajustado tanga frambuesa.

Dejó que el agua fresca eliminara los restos de espuma de su ropa. Su amiga y ella se habían agarrado una buena cogorza aquella noche. Entre las dos, una botella de Ballantines, sin consideración ninguna, pero con bastante Coca-cola. No entendía cómo había logrado llegar a casa. Tampoco cómo ni por qué lo había hecho sin estar acompañada de ninguno los tres.

Escurrió sus tanguitas y comenzó a tenderlos. "Conoceréis mejores ocasiones. Pronto", les dijo.

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