Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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martes, 16 de diciembre de 2008

La nota de papel

Cuando llegó, la casa estaba oscura y silenciosa y vacía. Estaba sola, gracias a Dios. Directamente se fue a su cuarto y allí, sobre el edredón, la vió. Una nota de cuaderno blanca. Aún con el abrigo puesto, observó la conocida letra escrita en trazos azules y el corazón ñoño pintado en rotulador rojo en una esquina. Y leyó: "¡Ánimo! Que un resbalón no te podrá impedir que sigas el camino que en esta vida tú te labres con la ayuda de los que te quieren, que somos muchos".

Fue inevitable. Cuando por fin empezó a llorar, ya no pudo controlarse.

Y cuando acabó, se dió cuenta de que no tenía que tener miedo. Y tú tampoco tienes que temer. Porque todo irá bien, porque la distancia no hace más que avivar las grandes pasiones, y porque esa pelusilla roja de tu pijama seguirá apareciendo entre las sábanas siempre.

Ten por seguro que en 2010 te haré muchas visitas allá donde te lleve el viento. Te mereces todo lo mejor. Te quiero.



"Y recuerda que, cuando se cierra una puerta, siempre,
siempre, se abre una ventana. Y a veces el paisaje es más bonito ahí".

domingo, 14 de diciembre de 2008

Crisis

Supongo que la vida es esto. Supongo.
Y no pasa un día sin que nos topemos con la palabra "crisis". Crisis económica, crisis financiera, crisis mundial o global o internacional, crisis alimentaria, crisis bursátil, e inmobiliaria, crisis enérgetica, crisis política y social y cultural, y sobre todo, crisis personal. Mucha. Para todos.
Y no pasa un día sin que busque esa boca. O sí pasa. Yo qué sé.
Supongo que la vida es esto... Una sucesión de pequeñas crisis, y de grandes. Supongo.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Todo un hombre.

Era un hombre. Hecho y derecho, de los pies a la cabeza. Todo un señor de cabello moreno, de 1.90, ojos verdes y labios gruesos. Era un hombre, de brazos musculosos y torso definido, con el porte de quien se sabe seguro en este mundo a sus veintipocos. Era un hombre, cuya mamá le llevaba cada mañana un cola-cao caliente a la cama con tres magdalenas, en una bandeja rosa con asas blancas. Todo un caballero, que cada mañana encontraba sobre la silla de su cuarto polos y camisas impolutos, tan recién planchados que aún desprendían calor. Un macho ibérico, que nunca hizo una cama, ni puso una lavadora, ni se cocinó un huevo frito. Tan masculino, tan atractivo, que las mujeres volvían la cabeza al pasar junto a él. Desprendía un aroma embriagador, de ese frasco caro que le regalaron en su cumpleaños envuelto en papel de regalo rojo. Todo un hombretón, cuya única ocupación era ir al gimnasio, porque un personaje tan excepcional debe permitir a los demás que se imbuyan de su genialidad, y por eso es condición sine qua non que haya de exhibirse a diario.



Tooooodo un hombre: uno por el que suspirar.



Demos a gracias a Dios por la invención de la ironía, y por la evolución social (creo).

martes, 2 de diciembre de 2008

Intentando un futuro

Era la oportunidad de su vida. Una entrevista que marcaría su futuro inmediato durante dos años. Trabajo asegurado recién licenciada, segundo año en un destino en el extranjero. Y era hoy.


Se levantó muy temprano y se vistió pensando en cómo le gustaría más a los entrevistadores, esas personas sin nombre, ni rostro, ni voz, pero sí con voto, pues iban a decidir su destino. Se maquilló más de lo que solía a diario y se peinó bien, estirando las ondas rebeldes. Hoy era el día. Calzaría un tacón discreto. La mente ya la llevaba preparada.


Salió del metro y se encaminó al elegante edificio del Paseo de la Castellana por la acera, tan ensimismada que no vio a su compañera, que venía a lo mismo y también más emperifollada que nunca. Las dos igual. Camino de la construcción de mármol negro.


En la sala de espera todo eran nervios. Y preguntas. Y El País sobre la mesa.


Y en la sala de la entrevista todo eran formalidades. Y más preguntas. Muchas. Alguna jodidas. A pillar. Y actualidad, y asuntos de derecho, y ante todo, mucho Periodismo. Y la repasaron de arriba abajo, y la sonrieron y la examinaron como se coge a un bicho raro con unas pinzas y se pone debajo de un microscopio mientras se toman notas en una libreta. Y ella aguantaba el tipo, sentadita con las piernas cruzadas, con una sonrisa agradable y simulando que no se moría por dentro, mientras intentaba convencer a aquellos desconocidos de que era, sin lugar a dudas, digna merecedora de una de esas escasas 30 plazas por las que la gente se pegaba.


Y de nuevo en la sala de espera, tensión. La azafata que se chiva: "He oído que han dicho que les gustas".


Cuando salieron a la calle, las dos amigas se abrazaron. Sea lo que sea lo que depare el 15 de diciembre, pasaron cada fase del tedioso proceso juntas. Y lo intentaron juntas, y cada una ayudó a la otra. Y ojalá juntas entren allí.

jueves, 13 de noviembre de 2008

El parque del otoño

Subí tres peldaños, uno a uno, a saltitos y con los pies juntos, y los volví a bajar de la misma manera. Observé mis zapatitos de charol rojo de la talla 32 y tras ello, alcé la vista para mirar en derredor. Los niños aún no habían llegado y un intenso viento frío barría las hojas esparcidas del otoño. Las oscuras nubes de las 5 de la tarde se amontonaban sobre las copas de los amarronados árboles y el parque estaba callado, tan mudo y tan helado como puede estar el interior de un sarcófago, en esa fea tarde de noviembre.


Volví a subir tres peldaños. "Lunes, martes, miércoles", tatareé mentalmente. Ahora iré al jueves. Subí un peldaño más. Y ahora... ¡ahora al lunes de nuevo! Junté con fuerza mis rodillas, agaché el culo para darme impulso y me lancé de nuevo al último escalón. Mi oscuro y largo cabello danzaba al compás de mis brincos sobre mis estrechos hombros. Esos zapatitos nuevos de charol comenzaban a hacerme daño. Y los niños no llegaban.


Mi mamá tampoco llegaba como cada tarde a la salida del colegio, con su bocadillo de mortadela envuelto primorosamente en papel de plata. A pesar de mi corta edad, comenzaba a sospechar que algo no iba bien en ese parque. Volví a mirar alrededor, y revisé de nuevo cualquier rastro de presencia humana entre los manchados troncos de los árboles. Nada. Nadie.


Fue entonces cuando lo sentí, porque jamás llegué a verlo. Alguien corría a mis espaldas furiosamente, y antes de poder girarme, ya me había agarrado la cabeza y puesto un pañuelo untado con una sustancia de penetrante olor en mi naricita. La otra mano me tiraba de los cabellos y a pesar de lo asustada que me sentí, y de lo mucho que quería que apareciese mi mamá, empecé a sentir un sueño tan pesado que me cubrió como una losa...


Como la losa del sarcófago que era aquella oscura tarde en la que desaparecí.

lunes, 20 de octubre de 2008

El reinado del terror

Carolina Corday estaba asustada.



Cuando llegó a París, el puñal oculto entre sus dos pechos, tenía un objetivo y una determinación, que no eran más que hacer justicia y matar a aquel hombre. Jean Paul Marat. Aquel ser frustrado y obsesivo que desde su periódico, El amigo del pueblo, clamaba por el ajusticiamiento de medio país; peticiones que, por desgracia, eran escuchadas y atendidas con placer y fervor por los seguidores de los jacobinistas. "Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas", que decía Santa Teresa.



Marat dejaba transcurrir aquellos días de la Revolución Francesa dentro de su bañera de aguas medicinales, pretendiendo que el agua fría le calmara los picores de su piel, enferma desde que años atrás tuviera que ocultarse en las cloacas parisinas. Improvisaba un pupitre a su vera y, pluma en ristre, plasmaba con ella sobre el raído papel sus calumnias y sus amenazas.



Carolina lo halló así, sumergido y semi-desnudo, cuando llegó a la casa del escritor. La excusa la traía preparada; el puñal, también. En la habitación flotaba una nebulosa pátina, y un olor acre la tentó a retroceder. Marat la miraba fijamente desde aquella posición suya ligeramente recostada, con los ojos llenos de desconfianza y suspicacia. Carolina pestañeó suavemente y ante su tímida y estudiada sonrisa, los músculos de Marat se relajaron. Fue entonces cuando enarboló en su mano un manojo de papeles: la razón de su visita. En esas hojas se suponía que estaban escritos los enemigos de Francia que era necesario ajusticiar, y Marat codiciaba nombres nuevos y sangre fresca.



Jean Paul tendió su húmeda mano y tomó el manuscrito. Se mordió el labio inferior y comenzó a hojearlo con avidez. Era el momento, y Carolina no tenía un segundo por desaprovechar. Aguantó la respiración y, deslizando la mano bajo su blusón, sacó el puñal sigilosamente. Marat tenía la cabeza gacha, como un niño pequeño al que su mamá le está echando una regañina, y la nuca se mostraba blanca y huesuda. La joven simuló que se aproximaba por la espalda para ver las hojas por encima de la cabeza del periodista, y en un instante, con los dedos crispados sobre el mango del puñal, le atestó una certera cuchillada en el pecho, limpia, rápida, mortal. Los ojos de Marat la miraron por un segundo, incrédulos, y quedaron huecos inmediatamente después.



Carolina Corday nunca opuso resistencia, ni cuando la detuvieron, ni cuando la juzgaron, ni cuando la ajusticiaron. Esta girondina sólo pretendía que, con su asesinato, se diera por finalizada la larga cadena de muertes que la revolución había traído: fue en vano.






lunes, 13 de octubre de 2008

Italia

Italia hoy me ha vuelto a gustar tanto como aquella vez primera que puse mis pies en aquel país de calles sucias y edificios viejos. Recuerdo perfectamente el olor de Milán en aquella tarde de tormenta en que la ciudad me guardó. Su catedral me miró indolente e impenetrable, pues nunca pude llegar a acceder al templo por llevar los hombros al descubierto. Exigencias de un país profundamente católico.

Y recuerdo Roma, y sus ruinas, y sus vespas, y sus helados frescos y cremosos. Y vuelvo a sentarme en el bordillo de la Fontana di Trevi a lanzar tres monedas a las aguas que se hallan a mi espalda. Un pakistaní de nuevo vuelve a ofrecerme una rosa, y yo se la rechazo porque mi dinero ya está en el fondo de la fuente.

Venecia. Un reguero de canales, de callejuelas, de turistas y de gondolieri que buscan clientela para sus caros servicios. La plaza de San Marcos, "el salón de baile más hermoso de Europa", decía Napoleón. Un café macchiato. Las palomas.

Y Bologna... Bologna è una vecchia signora dai fianchi un po' molli, cantan allí. Otra vez me siento a dejar pasar el verano bajo sus interminables soportales, y volvemos todas aquellas chicas extranjeras a mirarla desde lo alto, desde la torre degli Asinelli, y a redescubrirla.

Hoy Italia me ha vuelto a impactar. Mis razones tengo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Consecuencias de la era moderna

Esta mañana me levanté temprano y temprano salí a la calle. Las nubes de la noche anterior habían dado paso a un día frío y tímidamente soleado. Cuando llegué a la Clínica, eran alrededor de las 11. Llevaba en el bolso la vacuna contra la gripe, contra ese mal con cepas australianas que nos promete días de temblores y profundo malestar. Estaba envuelta y fresca, recién sacada de la nevera de la farmacia. Lista para ser inyectada.


Cuando entré en el edificio, me senté a esperar a que me atendieran. En la sala, sólo una pareja de ancianos y yo. Los mañaneros de la salud. Y sin previo aviso, fue cuando él apareció, vestido con unos pantalones de chándal y un forro polar azul. Era un hombre joven y moreno, con la mano derecha envuelta en una gasa completamente ensangrentada. Estaba mareado, consternado y había perdido el sentido de la orientación, por lo que el médico, un entrañable anciano canoso, le sujetaba de ambos hombros con sus manos y lo guiaba hasta una sala de curas. Entre tanto, sus palabras eran:


- Por allí, hombre. Cálmese. Tenemos que verle ese dedo machacado y comprobar si hay astillas de huesos en el interior.


Dejó al herido con otra doctora y comentaron que había sido un accidente con una máquina que se le había escapado de las manos y había ido a parar a su dedo anular derecho para destrozárselo. Luego salió de nuevo a la sala de espera. Era él quien iba a vacunarme.


Aún me pregunto qué ha sido de él, y de su dedo anular.

domingo, 5 de octubre de 2008

La ducha de domingo

Era domingo. Se despertó perezosamente por su propia voluntad, y salió de las acogedoras sábanas hasta dar a parar en el cuarto de baño. Se quitó la ropa lentamente delante del espejo y dejó que el largo pelo cayera sobre su espalda desnuda. Una vez en la ducha, el agua comenzó a deslizarse por su cuerpo, limpiando los estragos de la anterior noche con su calor. Cerró los ojos, disfrutando de la sensación, y una imagen se formó en su mente:




Estaban en el coche una amiga y ella, las dos últimas viajeras en su regreso a casa, con el alba cercana a despuntar. Exhaustas, pero contentas. La amiga, de repente seria, le dijo: "Esta noche me he dado cuenta de que no necesitamos a los hombres para nada".




Abrió los ojos y comenzó a enjabonarse, aún sin energías. Una blanca y densa espuma se formó sobre su piel. En el cuarto de baño, el silencio sólo se veía interrumpido por el repiquetear del agua al caer sobre el plato de ducha. Y de nuevo, otro recuerdo la golpeó:




La cara de un joven atractivo, probablemente algo menor que ella, destacaba sobre la multitud que bailaba en la pequeña carpa. Él no cesaba de mirarla fijamente a modo de invitación, exhibiendo con su sonrisa una perfecta dentadura blanca. Al cabo de unos minutos, llegó la que parecía ser su novia. Lo rodeó con los brazos y le propinó un apasionado beso. Bendita ingenua.




Se aclaró el cuerpo, ahora con brío, y aún cuando su piel ya estaba inmaculadamente limpia, dejó que el agua siguiera deslizándose sobre ella. Se estaba bien en aquel reducido y caldeado lugar de su existencia.




Salió de la ducha y volvió a situarse ante el espejo del baño, ahora cubierto de vaho. Secó su piel con parsimonia, y volvió a vestirse.




Cariño -hubiera querido responder-, llevas razón. Probablemente no los necesitamos para nada.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El rebaño del cantante

10 de la noche, se apagan las luces generales y se ilumina el escenario, y te empujan, te manosean, la marabunta te vapulea y sientes que puedes colapsar. Alguien te estampa un eufórico beso y sientes que unas manos te alzan para, segundos después, volver a caer en el suelo. La música atrona y entonas la letra, o debería decir berreas, como todos los demás. Sois los borregos del cantante, aprisionados en una multitudinaria sala, pero felices de haber pagado para estar ahí.


¡Mañana me voy de concierto! ¡Y además con entradas de las buenas!

lunes, 22 de septiembre de 2008

ETA NO

Lunes 22 de septiembre de 2008, 1 de la madrugada. ETA, con su habitual cobardía, hace explosionar un coche bomba ante el patronato militar de Santoña (Cantabria). Como resultado, 6 heridos y un muerto, un brigada de nombre Luis Conde. Una acción reprobable que ha ajado, mutilado, la vida de una persona: de un ser humano.No es la primera vez en Santoña; ya en 2006 pusieron una bomba en el palacio de Chiloeches, sede del Partido de la Falange, pero afortunadamente no provocó más que los pertinentes destrozos materiales. Pero anoche fueron más allá y asesinaron. Que es lo suyo, con lo que disfrutan. Me dais verdadero asco.

La explosión fue tal que se hizo sentir hasta a 6 km. de distancia. Pudieron escucharla en poblaciones como Colindres o Gama. Y ya no hablemos de la onda expansiva, que causó numerosos daños en los aledaños del patronato y se hizo sentir por toda la villa. Como anécdota, en casa de mi abuelos (que está a un par de manzanas del lugar del atentado) se cayeron las cortinas de un cuarto, y a una amiga se le abrió de golpe y porrazo la ventana de su dormitorio (y eso que ella vive casi en el puerto, en la otra punta de Santoña). Según mi abuelo, ni siquiera en la Guerra Civil había escuchado una explosión de tal magnitud.

Los santoñeses, aterrorizados, salían anoche a las calles tras escuchar, y en muchos casos sentir, la explosión. La enorme columna de humo se veía desde todos los puntos de la villa. Muchas personas, presurosas, tan sólo habían acertado a ponerse una bata encima del pijama. Había muchos preocupados por amigos y familiares que viven en zonas cercanas, como Santoñuca.


ETA anoche se llevó la vida de una persona.

España llora hoy.

martes, 16 de septiembre de 2008

Dos cafés

Sobre la mesa de mármol de aquel destartaldo bar reposaban, fríos e intactos, dos cafés. La taza de uno de ellos aún continuaba siendo rodeada por cuatro crispados y pálidos dedos. La dueña de esa blanca mano continuaba mirando atónita a su interlocutor, con los ojos abiertos como platos y la boca aún abierta en una exclamación muda.

¿Podía ser verdad? ¿En serio la había citado en aquel feo sitio para soltarle ese bombazo bajo la excusa de "ponerse al día uno al otro"?

No entendía como dos personas que nunca se habían fijado la una en la otra, que nunca se habían atraído ni físicamente ni de ninguna otra manera, podían haber acabado besuqueándose en un sofá por el mero hecho de estar sentados uno al lado del otro. Tampoco entendía como esas dos personas al día siguiente, aún repugnadas en cierto modo por sus acciones, lo habían ido anunciando. Y por último, no sabía que necesidad tenía ella de enterarse.

Volvió a mirarlo, ahora con frialdad. Le estampó dos secos besos en las mejillas y se levantó para irse.

Los cafés se quedaron allí. Nunca nadie llegó a probarlos.

martes, 15 de julio de 2008

Noches blancas

Pasó un dedo entumecido por la barandilla de popa. Estaba húmeda y salinosa, y brillaba bajo la trémula luz de ese anochecer que nunca llegaba en las noches blancas de Rusia. A sus espaldas, detrás de las cristaleras, en la discoteca quedaban los restos de una fiesta: vasos con restos de la hierbabuena del mojito, pajitas, gorros puntiagudos y el disc-joker, que ya recogía sus bártulos y se disponía a irse a dormir, como todos los demás.

Las olas lamían la barriga del enorme barco de crucero, y el mar se agitaba con algo de rabia, como enfadado porque todo se hubiera terminado. Atrás quedaban las risas sofocadas, los bailes y las miradas furtivas. Sólo quedaba ella en aquella popa vacía, mirando las nubes oscuras.

Fue entonces cuando sintió que una mano masculina se posaba en su cintura, atrayéndola hacia un cuerpo cuya calidez contrastaba con el intenso frío de la brisa marina. Ya no se sabía sola. Ya todo estaba bien bajo aquel cielo ruso que no anochece.

martes, 24 de junio de 2008

Aguadulce

Era un niño pequeño, de unos 6 años a lo sumo de edad. Tenía los ojos grandes y redondos, con esa mirada tan brillante que tienen los inocentes. Su piel estaba bronceada y su corto pelo moreno refulgía bajo los rayos del sol que caían sin piedad sobre la playa de Aguadulce. El niño se movía con gran agilidad sobre las afiladas rocas negruzcas que conformaban la ensenada, a la cual había llegado nadando y esquivando con destreza a las babosas medusas que flotaban en la superficie del mar. Portaba en una mano un cubito decorado con dibujos infantiles lleno de agua salada, que se derramaba a cada movimiento del impetuoso muchacho. Dentro del cubo, un microcosmos, un ejemplo reducido de toda la vida que existía bajo las olas. El niño había atrapado y conminado a permanecer dentro de su cubo a dos erizos de mar, unas lapas, un par de cangrejos y un puñado de pececillos de diverso tamaño. Había añadido además, para mayor realismo o tal vez por mera diversión, unas cuantas piedrecillas (pues en Aguadulce la mar poco bravía apenas había erosionado la arena, conformada por pedruscos) y unas cuantas algas.

Una pareja de extraños alcanzaron a nado la ensenada. Era un chico y una chica jóvenes, y al hablar el niño percibió que no podían ser de Aguadulce. Hablaban de un modo extraño, pronunciando todas las letras de las palabras. Cómo sin magia, como sin salero. Al ver el cubo, se acercaron al niño, que los recibió con una sonrisa en la que faltaban unos cuantos dientes.

-¡Vaya! ¿Qué tienes ahí? -preguntó la chica.

-Pue mi pesca. ¡He cogio un montón de cosah! ¿Quiereh verlo? Tengo de tó...

La chica metió un par de dedos en el cubo, bajo el agua que brillaba bajo el sol. Acarició con cuidado las púas de los erizos del mar, y tomó al cangrejo en su mano, que se retorcía impaciente.

-¿Cómo los has atrapado?

-Con una ré. Si no, los erizoh pinshan.

El niño tomó a las dos lapas, que se hallaban unidas.

-¡Mira, chica! ¡Se están besando! -exclamó, a lo que ella rió divertida.

El joven extraño se aproximó más y le preguntó:

-¿Qué harás con todo esto?

El pequeño, inusitadamente serio, se levantó con el cubo entre las manos y, equilibrando su cuerpo sobre las afiladas y resbaladizas rocas, se aproximó al borde del mar. Entonces, y de un sólo y amplio movimiento, vació todo el contenido del cubo en el agua.

-Darleh libertá. No seré yo quién acabe con toa esta vida.

viernes, 30 de mayo de 2008

Una foto llamada Dolores

Sobre una mesita de madera, en el salón de mi casa, hay un bonito portarretratos. Es metálico y de tamaño mediano, con incrustaciones de nácar que reflejan la luz que por la ventana se cuela. Pero, a pesar de su hermosura, lo importante es la foto a la que sirve de soporte. Es una imagen en blanco y negro, la de una guapa joven de cabello corto y grandes ojos oscuros. La mujer mira al infinito, la cabeza ligeramente situada en perfil, tal y como era la moda de finales de la década de los 40. Un pañuelo de seda adorna su blanco cuello y una sonrisa velada alegra su bello rostro. En la esquina inferior derecha, en una tinta ya descolorida por el paso del tiempo, se lee: “De quien nunca te olvida y mucho te quiere. Loli”.

Ella es mi abuela. Mi sol. Mi tesoro. Y la foto, un regalo para mi entonces joven y apuesto abuelo. Por su amor de años eternos, que yo aún veo perdurar sobre la mesita de mi salón.

lunes, 26 de mayo de 2008

Supongamos

Supongamos que hablo de ti, o de mí. Imaginemos que podría estar refiriéndome a la chica que te sirve la fruta en el supermercado del barrio, o a aquel mozo que corría a coger su moto en la calle, porque tenía prisa en llegar a alguna parte. O tal vez no hable de nadie.

Supongamos que aquella mañana te levantaste y decidiste que a pesar de la lluvia y del intenso frío, era un día perfecto para salir a la calle. Buscaste tus botas y te calzaste, eligiendo primero la derecha, contemplando el barro seco adherido a la suela. Cuando estuviste arreglado, con la cara lavada y fresca, saliste por la puerta y te azotó el viento gélido que recorría la ciudad. Sonaba la tormenta allá a lo lejos en la sierra de Madrid. Era un día de perros, de nubarrones de tripa negra. Te encantaba.

Echaste a andar, sin paraguas, sin capucha, con la lluvia arreciando y el agua resbalando por tu cuerpo. Caminaste con paso firme, y tus piernas sabían adonde se dirigían antes que tú.Llegaste a aquel portal de reja antigua y te detuviste ante él. La puerta estaba cerrada y a través del enrejado adivinabas la oscuridad del interior. Extendiste un aterido dedo índice y llamaste al timbre, no de un modo consciente, pero sí deseado. Cuando respondieron, dijiste simplemente: “Soy yo”. Y la puerta te cedió paso.

Dentro se estaba bien: hacía frío, pero no llovía, ni soplaba el viento. Al fondo, una rendija de luz clara. Te dirigiste hacia allí. Temblabas. Según te aproximabas, la rendija se ensanchó e iluminó el oscuro portal, y dibujó la silueta de una cabeza y de un torso: el del cuerpo soñado.

Sobraron las palabras, pues ambos os limitastéis a miraros fijamente. Os brillaban los ojos y en la profundidad de vuestras pupilas os vistéis a vosotros mismos abrazados cuerpo con cuerpo, muy estrechamente, en un pasado tan cercano que dolía. Un sonoro y profundo beso resonó en las escaleras. La puerta se cerró, y el portal volvió a sumirse en la oscuridad.

Fuera ya no llovía.

domingo, 25 de mayo de 2008

Quiero

–“Quiero hacerte el amor. Ahora. Con la habitación en penumbras y tu olor que también me penetra” –dijo ella. Intentaba transmitir seguridad, pero sus rodillas le fallaban.

Él la miró con los ojos brillantes, iluminados por esos suaves rayos del sol del atardecer que se filtraban por la ventana y que extraían una verdosa luz de su mirada. Su cuerpo estaba en tensión, preparado. Palpitante. Sus carnosos labios se entreabrían en el comienzo de una sonrisa, mientras la observaba entre excitado y curioso.

Una mano enorme, masculina, de palma callosa, se deslizó hacia los pechos de ella, abriéndose camino por debajo de la camiseta, subiendo, siguiendo con la punta de los dedos la suave línea del ombligo. Sopesó primero un pecho y luego tomó el otro. Los acarició con dulce torpeza.

Ella gimoteó y entreabrió las piernas. Por fin volvía a ser amada. Ya estaba hecho.

¿Quiénes eran ellos? ¿Qué más daba el resto?

domingo, 3 de febrero de 2008

*Días de oscuridad y espinas*

Lolita se levantaba cuando su cuerpo se lo dictaminaba y se dirigía a la ventana. A través de los cristales miraba las copas de los árboles, los tejados de las casas, las nubes. Pero no veía nada. Se dirigía entonces a la cocina y se hacía un café caliente que bebía a sorbos lentos, con la taza entre las pálidas manos. Pero no la alimentaba. A continuación palpaba con sus manos su vientre, sus muslos, retorcía la carne entre los dedos. Pero no le provocaba sentimiento alguno. No había dolor. No había placer. Nada.

Aquellos eran días de oscuridad y espinas.

Lloraba mucho, y pensaba bastante, pero sin ser consciente de realidad alguna concreta. A veces un recuerdo alegre iluminaba como un cálido rayo de sol la negrura, y ella de modo inconsciente esbozaba una sonrisa. Sin embargo pronto la desdibujaba, asustada. Daba miedo recordar. Daba miedo ser feliz.

Solía dirigir la mirada hacia un bote de pildoritas azules que le había recetado su doctor. Siempre estaban en la mesilla, al alcance de la mano, y Lolita sabía que tenía que tomarse dos cada día, una con el desayuno, otra con la cena. Sin embargo, hacía 10 días que no recordaba su deber de ingerirlas. Tal vez por eso su existencia se había convertido en un fallo del sistema, y ella en un desecho social, en un parásito, en una... ¿loca? "Déjenlos en casa, no son normales, están mejor donde nadie pueda verlos, almas cándidas". Lolita a veces se cuestionaba seriamente si estaba loca, y concluía siempre que no. No estaba tarada, estaba desconfigurada. Necesitaba reintegrarse en el sistema. Y para eso tenía que ponerse al día con las pildoritas azules.

Llevaba 10 días sin tomarlas. Extendió la palma de la mano y, uno por uno, colocó hasta 20 pequeños comprimidos sobre ella. Dos por cada día. Se los tragó todos de seguido, con sorbitos de agua. Ya estaba al día y ya no podían llamarla chalada: era parte de la sociedad.

jueves, 31 de enero de 2008

*CC de la Información*


Dicen que nuestra facultad de Ciencias de la Información es un lugar feo, pero es porque no saben apreciar el encanto del lugar: detrás de esos tristes muros grises de cemento hay un lugar lleno de vida. Cambió mucho desde que pintaron cada planta de un color e hicieron el mural de la planta baja. Llegar a esa facultad es como entrar en un torbellino, está llena de periódicos tirados aquí y allá, de carteles que reivindican la libertad de expresión y que anuncian manifestaciones y encuentros diversos. Los estudiantes se agolpan café en mano en las escaleras cercanas a nuestra enooorme cafetería (¿por qué será que en Periodismo tenemos una de las cafeterías más grandes de la Complu?) y la película Tesis está rodada en estos mismos pasillos. En el aúla 536 estudió Amenábar y es el "aúla del síndrome" (o así lo bautizó Ana Vigara, profesora de lengua), pero eso es otra historia. También corre el rumor de que el edificio fue diseñado con la finalidad de ser una cárcel femenina y que por ese motivo es tan laberíntico y los ventanales están proyectados hacia fuera, para que no se pueda saltar, aunque nunca se ha confirmado su veracidad. Somos la facultad que hace la radio estudiantil, esa que unos pocos escuchan en un área que no va más allá de Metropolitano, así de potente es la señal con la que emite...


Ya estamos en 4º y nos han llevado al nuevo edificio, que es mucho más pequeño, limpio, aséptico, moderno y luminoso. Pero nos sigue gustando más el viejo, tiene su carisma. Da vértigo pensar que el año que viene es el último. ¿Por qué no dejamos alguna y así estamos algo más? Yo propongo Hª del periodismo español, porque viendo el tocho que es no estaría de más tener un año entero para poder meter todo eso en un cerebro estándar!!!


Ánimo: estamos en el ecuador de los exámenes.