Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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miércoles, 28 de enero de 2009

Chocolate con leche

Mientras me introducía una onza de cremoso chocolate en la boca, medité sobre ello. "Dicen que el chocolate es sustitutivo del sexo, que tiene endorfinas que te hacen estar feliz". Yo había tenido mucho sexo hacía unas horas, y sin embargo comer chocolate se me asemejaba a una irresistible y deliciosa necesidad. ¿Sería que estaba faltísima de felicidad? ¿Que mi cuerpo no fabricaba las puñeteras endorfinas, o que tal vez se me escapaban por los poros?

Me preguntaba qué ocurría en el caso de esas personas que comen mucho chocolate y que hacen mucho el amor. Tal vez acababan intoxicadas, en un estado febril de agónica euforia.

Y aquellas que no tenían ni una cosa, ni la otra... Seguro que vivían amargados. Pero no por la falta de endorfinas, no, sino porque el sexo es un placer. O comer chocolate. O ambos, yo qué sé.

El caso es que me estaba poniendo morada de chocolate con leche, y entonces, sonó el teléfono. Lo dejé sonar unas cuantas veces, para hacerme la interesante, la ocupada, en aquella tarde rara e improductiva.

¿Sí?, pregunté. Y aquella voz ronca me contestó, sólo como esa voz ronca sabe hacerlo, para decirme que había habido un pequeño percance, que las cosas no habían salido como tenían que salir, y a partir de ahí, aunque yo no lo sabía, mi vida dió un giro de 180 grados.

lunes, 19 de enero de 2009

Es curioso

Es curioso cómo, a veces, una mirada puede valer más que mil palabras, y como en otras ocasiones se pronuncian mil palabras, pero la mirada permanece muda.

Y cómo puedes encontrarte rodeado de un grupo de gente y sentirte auténticamente solo, y como a veces en soledad te sientes en la mejor compañía.

Y que a veces nieve y hiele fuera, pero sintamos calor dentro de nosotros mismos.

Y que en ocasiones las decisiones más trascendentales las tomemos a bocajarro, y para las más banales invirtamos un valioso tiempo.




Y ante todo, es curioso que de todas las frases que exhala una boca, a veces, sólo a veces, justo la que se calla sea la que más deseamos escuchar...

viernes, 2 de enero de 2009

Nochevieja

Colocó las 12 uvas ante sí, alineadas en dos filas paralelas sobre el mantel blanco que cubría la mesa. Tomó una y la rajó con sus dedos por la mitad, extrayendo las pepitas con la uña. Tomó la siguiente y, una por una, repetió el procedimiento hasta completar las 12. No soportaba morder pepitas cuando las masticaba con prisa en su afán por engullirlas al ritmo de las campanadas. Sólo cuando posó la última de las uvas ultrajadas junto al resto se percató del aspecto de sus manos, que siempre la sorprendía a pesar de los largos años que ya habían pasado desde que se tornaran así: manchadas, arrugadas, de hombrunos dedos gruesos y aparencia basta. Entrelazó los dedos y colocó las manos resolutivamente en su regazo, escondiéndolas del mundo. No dejaban de avergonzarla después de lo bonitas que habían sido.


Y fue entonces cuando alzó la vista y los vió a todos, reunidos alrededor de la mesa, hablando a voces, excitados por la llegada inminente e inexorable, sobre todo inexorable, de un nuevo año. Su familia, "la semilla de su vientre", como a ella le gustaba decir. Su marido, colorado por el vino, clamaba vender su alma por un buen puro. Sus nietos, más allá, estaban de pie bailoteando como locos y sus hijas, sus preciosas hijas, avisaban de que los cuartos acababan de empezar.


Y un nuevo año llegó, como tantos a sus espaldas, bañado por sidra, por aplausos, besos y abrazos, por los nietos mayores que a la una de la mañana escapan por la puerta, por la nieta pequeña que se queda, pero que pronto, muy pronto, crecerá y también volará a celebrar la Nochevieja hasta la hora del desayuno, y por ella misma, y todos ellos, que recibían con exquisita emoción una nueva tanda de 365 días, flamantes y por estrenar.