Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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jueves, 30 de julio de 2009

La mano del sinvergüenza

Caminaba con una falda vaporosa bajo ese calor pegajoso de una noche madrileña de julio, atravesando despreocupada esa madrugada de barrenderos que mojan las calles con sus mangueras y coches que se apresuran por Recoletos creyéndose los reyes de la pista. Fue cruzando un paso de cebra en la plaza de Cibeles cuando la sintió claramente, pesada y cálida. La mano de un total sinvergüenza le estaba tocando el culo. Y, para colmo, sólo pudo limitarse a sonreírle y a prometerle que escribiría sobre lo que acababa de hacer. ¡Muy bonito!

miércoles, 29 de julio de 2009

La falsa musa

-No. No es esto lo que buscamos. Estas letras, estos ritmos..., en fin, que estas canciones no casan nada con el espíritu de nuestra compañía.





Esmirriado, afeminado e infinitamente cabrón, así era el representante de la discográfica que Juan tenía delante de sus ojos y que estaba esfumando, de un plumazo y sin ningún miramiento, todos sus sueños y ambiciones. Se balanceaba con parsimonia en una silla de cuero negro, con los dedos entrecruzados sobre su estómago y sin molestarse en alzar la vista de sus papeles, con esa clara actitud que invita a uno a irse a la mierda. “Pues yo tampoco estoy para contemplaciones”, se dijo el joven; se colgó a la espalda su guitarra enfundada y salió por la puerta, con portazo y sin decir adiós, intentando guardar una dignidad que ya hacía minutos que había perdido entre ruegos y lamentos. Si nos les gustaba su música a esos que alardeaban de promocionar a poperos manidos, bien, se iría con ella a otra parte.






Bajó a la calle. Se le antojó un lugar feo, un sitio donde mejor no estar y que apestaba a artista rancio, de modo que se alejó rápidamente, maldiciendo, hasta que sus pies fueron a dar antes que él con un tugurio de Malasaña. Era uno de esos locales pequeños con paredes pintadas de negro, barras pegajosas y cuartos de baño de azulejos rotos y cajas de condones en las paredes. Se sentó apesumbrado, con una cerveza en una mano, y todas sus aspiraciones perdidas en la otra.






No entendía qué había pasado. Sus temas le encantaban a la gente, todo el mundo lo aclamaba como el mejor. El público vibraba cuando él entonaba sus composiciones, incluso en esas fiestas personales en las que obligan a uno a sacar la guitarra y amenizar el cotarro. Sin embargo, hacía unos meses que algo había cambiado. Cogía su guitarra, se preparaba para la primera nota y... nada. Su mente se quedaba en blanco; los dedos, paralizados; las cuerdas, frías. Dos cervezas más tarde tuvo que admitirlo: la inspiración brillaba por su ausencia. ¿Por qué? No tenía problemas con los amigos, ni con el dinero, ni con la familia. Era guapo, ligaba a menudo. Se divertía siempre que salía. Otra birra más, y encontró la causa. Era ella. Esa chica. Desde que la había conocido, no era capaz de escribir. Su simple presencia lo enmudecía. Apenas podía creer que en aquello en lo que tantos artistas encuentran su musa, él sólo hubiese hallado desolación.






Se había enamorado.

sábado, 18 de julio de 2009

De regalo, adónde tú quieras

"De regalo... De regalo te llevo ¡adónde tú quieras!".


Le hizo ilusión que él le dijese estas palabras. Seguramente fueran ciertas. Quería creer que lo eran. Las había pronunciado mientras la sostenía de la mano, sentados como estaban en un banco a la sombra del parque, y todos sabemos que prometer algo sosteniendo la mano de una mujer es sinónimo de que se piensa cumplirlo. Nunca había estado en Japón. Le gustaría ver a las geishas, esas putas (¿eran putas?) de caras blancas y quimonos bordados tan caros, que el precio de uno sólo de aquellos especiales atuendos le valdría para hacerse por fin con un coche. Claro que primero tendría que aprender a conducir. Y el pescado crudo era harina de otro costal. Tampoco había estado en el Caribe. Su nívea piel agradecería unos rayos de sol, y su garganta unos mojitos. Era abstemia, ¡qué contenta se pondría con un par de mojitos! Una amiga a la que le gustaba mucho viajar le había contado maravillas de Rusia. Por supuesto se haría antes con un buen abrigo largo, de esos que te tapan el culo e impiden que los catarros te sorprendan por los riñones, y con un gorro peludo que le cubriera las orejas. Se imaginó a sí misma botando dentro de la bolsa marsupial de un canguro por la estepa australiana. Esa imagen absurda le hizo sonreír.


Saliendo de su ensimismamiento, dejó de observar a los perros que vagabundeaban por el parque, olisqueándose los unos a los otros, y lo miró a él, a su mono azul y a su pelo moteado de pintura blanca. Se dio cuenta de que todas sus ideas eran caras y que, a pesar del entusiasmo de las palabras que habían augurado que su cumpleaños iba a ser fabuloso, el humilde trabajo de su novio no les permitiría salir de España.


En Teruel no había estado. Por supuesto que no, Teruel no existe, es lo que dice la gente, ¡qué tontería! ¿Y si le proponía Andalucía? Buen tiempo, gente agradable, pescaíto y tinto de verano en una terraza. Mucho tinto de verano. ¡Pero qué contenta se pondría! Él la habló:


-Bueno, cariño, ¿qué? ¿No me dices nada? De regalo, ¡adónde tú quieras! Así que, dime, ¿dónde quieres que cenemos? Qué te apetece más, ¿pizza o hamburguesa?