Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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viernes, 30 de mayo de 2008

Una foto llamada Dolores

Sobre una mesita de madera, en el salón de mi casa, hay un bonito portarretratos. Es metálico y de tamaño mediano, con incrustaciones de nácar que reflejan la luz que por la ventana se cuela. Pero, a pesar de su hermosura, lo importante es la foto a la que sirve de soporte. Es una imagen en blanco y negro, la de una guapa joven de cabello corto y grandes ojos oscuros. La mujer mira al infinito, la cabeza ligeramente situada en perfil, tal y como era la moda de finales de la década de los 40. Un pañuelo de seda adorna su blanco cuello y una sonrisa velada alegra su bello rostro. En la esquina inferior derecha, en una tinta ya descolorida por el paso del tiempo, se lee: “De quien nunca te olvida y mucho te quiere. Loli”.

Ella es mi abuela. Mi sol. Mi tesoro. Y la foto, un regalo para mi entonces joven y apuesto abuelo. Por su amor de años eternos, que yo aún veo perdurar sobre la mesita de mi salón.

lunes, 26 de mayo de 2008

Supongamos

Supongamos que hablo de ti, o de mí. Imaginemos que podría estar refiriéndome a la chica que te sirve la fruta en el supermercado del barrio, o a aquel mozo que corría a coger su moto en la calle, porque tenía prisa en llegar a alguna parte. O tal vez no hable de nadie.

Supongamos que aquella mañana te levantaste y decidiste que a pesar de la lluvia y del intenso frío, era un día perfecto para salir a la calle. Buscaste tus botas y te calzaste, eligiendo primero la derecha, contemplando el barro seco adherido a la suela. Cuando estuviste arreglado, con la cara lavada y fresca, saliste por la puerta y te azotó el viento gélido que recorría la ciudad. Sonaba la tormenta allá a lo lejos en la sierra de Madrid. Era un día de perros, de nubarrones de tripa negra. Te encantaba.

Echaste a andar, sin paraguas, sin capucha, con la lluvia arreciando y el agua resbalando por tu cuerpo. Caminaste con paso firme, y tus piernas sabían adonde se dirigían antes que tú.Llegaste a aquel portal de reja antigua y te detuviste ante él. La puerta estaba cerrada y a través del enrejado adivinabas la oscuridad del interior. Extendiste un aterido dedo índice y llamaste al timbre, no de un modo consciente, pero sí deseado. Cuando respondieron, dijiste simplemente: “Soy yo”. Y la puerta te cedió paso.

Dentro se estaba bien: hacía frío, pero no llovía, ni soplaba el viento. Al fondo, una rendija de luz clara. Te dirigiste hacia allí. Temblabas. Según te aproximabas, la rendija se ensanchó e iluminó el oscuro portal, y dibujó la silueta de una cabeza y de un torso: el del cuerpo soñado.

Sobraron las palabras, pues ambos os limitastéis a miraros fijamente. Os brillaban los ojos y en la profundidad de vuestras pupilas os vistéis a vosotros mismos abrazados cuerpo con cuerpo, muy estrechamente, en un pasado tan cercano que dolía. Un sonoro y profundo beso resonó en las escaleras. La puerta se cerró, y el portal volvió a sumirse en la oscuridad.

Fuera ya no llovía.

domingo, 25 de mayo de 2008

Quiero

–“Quiero hacerte el amor. Ahora. Con la habitación en penumbras y tu olor que también me penetra” –dijo ella. Intentaba transmitir seguridad, pero sus rodillas le fallaban.

Él la miró con los ojos brillantes, iluminados por esos suaves rayos del sol del atardecer que se filtraban por la ventana y que extraían una verdosa luz de su mirada. Su cuerpo estaba en tensión, preparado. Palpitante. Sus carnosos labios se entreabrían en el comienzo de una sonrisa, mientras la observaba entre excitado y curioso.

Una mano enorme, masculina, de palma callosa, se deslizó hacia los pechos de ella, abriéndose camino por debajo de la camiseta, subiendo, siguiendo con la punta de los dedos la suave línea del ombligo. Sopesó primero un pecho y luego tomó el otro. Los acarició con dulce torpeza.

Ella gimoteó y entreabrió las piernas. Por fin volvía a ser amada. Ya estaba hecho.

¿Quiénes eran ellos? ¿Qué más daba el resto?