Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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sábado, 22 de agosto de 2009

Salt Coke Company

Se comió las natillas con un tenedor, introduciendo las rastas en un vaso de agua cada vez que se inclinaba en sus intentos por meterse la pasta amarillenta en la boca. Cuando estuvo saciado, abrió su cartera de felpa y sacó dos monedas de tres euros. Compró una lata de Salt Coke en la máquina y estaba tan, tan sediento que enseguida se introdujo los 330 mililitros por la nariz. Le burbujeaban los ojos, lo cual resultó un grave impedimento para ver la pantalla del ordenador. Desesperado, se levantó de su catamarán y se dirigió al médico en pony. Azuzó al animal hasta que éste dio el máximo de sí, por lo que llegaron a alcanzar los 840 metros por segundo. Durante el viaje, látigo en mano y máscara de gas en cara, ya había tomado la decisión de denunciar por intento de asesinato gaseoso via ocular a la Salt Coke & Other Refreshing Stuff Company.

En cuanto llegó al hospital tuvo la suerte de ser atendido. "Pase al vagón cinco", le dijeron. Allí le esperaba el médico con su clásico traje flúor, que consultó en su bola de cristal cuál sería el mejor remedio para su aflición. "Túmbese en el suelo, boca abajo, y bájese los pantalones", le ordenó, cabizbajo de preocupación. Le realizaron un masaje en las nalgas que descongestionó su sistema y le dio gustirrinín.

Cuando se levantó, se le habían caído las rastas: efectos secundarios de ser manoseado en partes pudendas. "Salt Coke Company, prepárate. Esto no ha hecho más que empezar", pensó furioso.

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