Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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martes, 15 de julio de 2008

Noches blancas

Pasó un dedo entumecido por la barandilla de popa. Estaba húmeda y salinosa, y brillaba bajo la trémula luz de ese anochecer que nunca llegaba en las noches blancas de Rusia. A sus espaldas, detrás de las cristaleras, en la discoteca quedaban los restos de una fiesta: vasos con restos de la hierbabuena del mojito, pajitas, gorros puntiagudos y el disc-joker, que ya recogía sus bártulos y se disponía a irse a dormir, como todos los demás.

Las olas lamían la barriga del enorme barco de crucero, y el mar se agitaba con algo de rabia, como enfadado porque todo se hubiera terminado. Atrás quedaban las risas sofocadas, los bailes y las miradas furtivas. Sólo quedaba ella en aquella popa vacía, mirando las nubes oscuras.

Fue entonces cuando sintió que una mano masculina se posaba en su cintura, atrayéndola hacia un cuerpo cuya calidez contrastaba con el intenso frío de la brisa marina. Ya no se sabía sola. Ya todo estaba bien bajo aquel cielo ruso que no anochece.