Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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domingo, 5 de octubre de 2008

La ducha de domingo

Era domingo. Se despertó perezosamente por su propia voluntad, y salió de las acogedoras sábanas hasta dar a parar en el cuarto de baño. Se quitó la ropa lentamente delante del espejo y dejó que el largo pelo cayera sobre su espalda desnuda. Una vez en la ducha, el agua comenzó a deslizarse por su cuerpo, limpiando los estragos de la anterior noche con su calor. Cerró los ojos, disfrutando de la sensación, y una imagen se formó en su mente:




Estaban en el coche una amiga y ella, las dos últimas viajeras en su regreso a casa, con el alba cercana a despuntar. Exhaustas, pero contentas. La amiga, de repente seria, le dijo: "Esta noche me he dado cuenta de que no necesitamos a los hombres para nada".




Abrió los ojos y comenzó a enjabonarse, aún sin energías. Una blanca y densa espuma se formó sobre su piel. En el cuarto de baño, el silencio sólo se veía interrumpido por el repiquetear del agua al caer sobre el plato de ducha. Y de nuevo, otro recuerdo la golpeó:




La cara de un joven atractivo, probablemente algo menor que ella, destacaba sobre la multitud que bailaba en la pequeña carpa. Él no cesaba de mirarla fijamente a modo de invitación, exhibiendo con su sonrisa una perfecta dentadura blanca. Al cabo de unos minutos, llegó la que parecía ser su novia. Lo rodeó con los brazos y le propinó un apasionado beso. Bendita ingenua.




Se aclaró el cuerpo, ahora con brío, y aún cuando su piel ya estaba inmaculadamente limpia, dejó que el agua siguiera deslizándose sobre ella. Se estaba bien en aquel reducido y caldeado lugar de su existencia.




Salió de la ducha y volvió a situarse ante el espejo del baño, ahora cubierto de vaho. Secó su piel con parsimonia, y volvió a vestirse.




Cariño -hubiera querido responder-, llevas razón. Probablemente no los necesitamos para nada.

1 comentarios:

El hombre que fue Jueves dijo...

Pobres hombres.

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