Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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miércoles, 28 de enero de 2009

Chocolate con leche

Mientras me introducía una onza de cremoso chocolate en la boca, medité sobre ello. "Dicen que el chocolate es sustitutivo del sexo, que tiene endorfinas que te hacen estar feliz". Yo había tenido mucho sexo hacía unas horas, y sin embargo comer chocolate se me asemejaba a una irresistible y deliciosa necesidad. ¿Sería que estaba faltísima de felicidad? ¿Que mi cuerpo no fabricaba las puñeteras endorfinas, o que tal vez se me escapaban por los poros?

Me preguntaba qué ocurría en el caso de esas personas que comen mucho chocolate y que hacen mucho el amor. Tal vez acababan intoxicadas, en un estado febril de agónica euforia.

Y aquellas que no tenían ni una cosa, ni la otra... Seguro que vivían amargados. Pero no por la falta de endorfinas, no, sino porque el sexo es un placer. O comer chocolate. O ambos, yo qué sé.

El caso es que me estaba poniendo morada de chocolate con leche, y entonces, sonó el teléfono. Lo dejé sonar unas cuantas veces, para hacerme la interesante, la ocupada, en aquella tarde rara e improductiva.

¿Sí?, pregunté. Y aquella voz ronca me contestó, sólo como esa voz ronca sabe hacerlo, para decirme que había habido un pequeño percance, que las cosas no habían salido como tenían que salir, y a partir de ahí, aunque yo no lo sabía, mi vida dió un giro de 180 grados.

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