Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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miércoles, 10 de diciembre de 2008

Todo un hombre.

Era un hombre. Hecho y derecho, de los pies a la cabeza. Todo un señor de cabello moreno, de 1.90, ojos verdes y labios gruesos. Era un hombre, de brazos musculosos y torso definido, con el porte de quien se sabe seguro en este mundo a sus veintipocos. Era un hombre, cuya mamá le llevaba cada mañana un cola-cao caliente a la cama con tres magdalenas, en una bandeja rosa con asas blancas. Todo un caballero, que cada mañana encontraba sobre la silla de su cuarto polos y camisas impolutos, tan recién planchados que aún desprendían calor. Un macho ibérico, que nunca hizo una cama, ni puso una lavadora, ni se cocinó un huevo frito. Tan masculino, tan atractivo, que las mujeres volvían la cabeza al pasar junto a él. Desprendía un aroma embriagador, de ese frasco caro que le regalaron en su cumpleaños envuelto en papel de regalo rojo. Todo un hombretón, cuya única ocupación era ir al gimnasio, porque un personaje tan excepcional debe permitir a los demás que se imbuyan de su genialidad, y por eso es condición sine qua non que haya de exhibirse a diario.



Tooooodo un hombre: uno por el que suspirar.



Demos a gracias a Dios por la invención de la ironía, y por la evolución social (creo).

2 comentarios:

Carmen de Águeda dijo...

No sé cómo tomármelo o, mejor dicho, cómo me lo tomaría si fuera la persona que me ha sugerido el texto...

MRT dijo...

Al escribirlo no pensé en nadie en concreto, sino que reuní todos las piezas del puzzle que (esas sí) he ido viendo en diferentes sujetos a lo largo de mi vida.

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