Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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martes, 16 de septiembre de 2008

Dos cafés

Sobre la mesa de mármol de aquel destartaldo bar reposaban, fríos e intactos, dos cafés. La taza de uno de ellos aún continuaba siendo rodeada por cuatro crispados y pálidos dedos. La dueña de esa blanca mano continuaba mirando atónita a su interlocutor, con los ojos abiertos como platos y la boca aún abierta en una exclamación muda.

¿Podía ser verdad? ¿En serio la había citado en aquel feo sitio para soltarle ese bombazo bajo la excusa de "ponerse al día uno al otro"?

No entendía como dos personas que nunca se habían fijado la una en la otra, que nunca se habían atraído ni físicamente ni de ninguna otra manera, podían haber acabado besuqueándose en un sofá por el mero hecho de estar sentados uno al lado del otro. Tampoco entendía como esas dos personas al día siguiente, aún repugnadas en cierto modo por sus acciones, lo habían ido anunciando. Y por último, no sabía que necesidad tenía ella de enterarse.

Volvió a mirarlo, ahora con frialdad. Le estampó dos secos besos en las mejillas y se levantó para irse.

Los cafés se quedaron allí. Nunca nadie llegó a probarlos.

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