Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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martes, 24 de junio de 2008

Aguadulce

Era un niño pequeño, de unos 6 años a lo sumo de edad. Tenía los ojos grandes y redondos, con esa mirada tan brillante que tienen los inocentes. Su piel estaba bronceada y su corto pelo moreno refulgía bajo los rayos del sol que caían sin piedad sobre la playa de Aguadulce. El niño se movía con gran agilidad sobre las afiladas rocas negruzcas que conformaban la ensenada, a la cual había llegado nadando y esquivando con destreza a las babosas medusas que flotaban en la superficie del mar. Portaba en una mano un cubito decorado con dibujos infantiles lleno de agua salada, que se derramaba a cada movimiento del impetuoso muchacho. Dentro del cubo, un microcosmos, un ejemplo reducido de toda la vida que existía bajo las olas. El niño había atrapado y conminado a permanecer dentro de su cubo a dos erizos de mar, unas lapas, un par de cangrejos y un puñado de pececillos de diverso tamaño. Había añadido además, para mayor realismo o tal vez por mera diversión, unas cuantas piedrecillas (pues en Aguadulce la mar poco bravía apenas había erosionado la arena, conformada por pedruscos) y unas cuantas algas.

Una pareja de extraños alcanzaron a nado la ensenada. Era un chico y una chica jóvenes, y al hablar el niño percibió que no podían ser de Aguadulce. Hablaban de un modo extraño, pronunciando todas las letras de las palabras. Cómo sin magia, como sin salero. Al ver el cubo, se acercaron al niño, que los recibió con una sonrisa en la que faltaban unos cuantos dientes.

-¡Vaya! ¿Qué tienes ahí? -preguntó la chica.

-Pue mi pesca. ¡He cogio un montón de cosah! ¿Quiereh verlo? Tengo de tó...

La chica metió un par de dedos en el cubo, bajo el agua que brillaba bajo el sol. Acarició con cuidado las púas de los erizos del mar, y tomó al cangrejo en su mano, que se retorcía impaciente.

-¿Cómo los has atrapado?

-Con una ré. Si no, los erizoh pinshan.

El niño tomó a las dos lapas, que se hallaban unidas.

-¡Mira, chica! ¡Se están besando! -exclamó, a lo que ella rió divertida.

El joven extraño se aproximó más y le preguntó:

-¿Qué harás con todo esto?

El pequeño, inusitadamente serio, se levantó con el cubo entre las manos y, equilibrando su cuerpo sobre las afiladas y resbaladizas rocas, se aproximó al borde del mar. Entonces, y de un sólo y amplio movimiento, vació todo el contenido del cubo en el agua.

-Darleh libertá. No seré yo quién acabe con toa esta vida.

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