Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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lunes, 17 de diciembre de 2007

*Manzanares*

Es curioso cómo hay lugares con los que nunca te has identificado, y sin embargo recordarlos mueve algo dentro de ti. Me pasa con ciudades del extranjero como Praga, que me traen a la memoria unos días maravillosos..., pero también me ocurre con Manzanares, un pueblecito de unos 16.000 habitantes de Ciudad Real en el que vivi toda mi infancia. Nunca me sentí identificada con la cultura castellano-manchega, ni fui una especial fan de las migas o del pisto, y ni siquiera llegué a usar determinadas expresiones propias de allí (al contrario de lo que me ha ocurrido con Madrid, que sí la siento mía). Pero el pensar en ella, el ver una fotografía del pueblo, o el hecho de retornar para una visita hacen que se me acelere el corazón, y entiendo que en el fondo llegué a encariñarme mucho con aquellas calles por las que anduve durante tantos años.


Hace poco más de una semana regresé y vi de nuevo caras de manzanareños que siguen siendo mis amigos a pesar de que hace tanto que me marché. Otra vez recorrí el camino que todas las mañanas seguía para ir al colegio, y observé desde fuera el balcón de la que fuera mi casa. Paseé por el parque del Polígono, y vi que pocas cosas habían cambiado. Pregunté por personas de las que hace mucho que no sé nada, y me dijeron que algunas seguían igual, que otros se habían marchado, y que otros tantos habían cambiado tanto que incluso hay quien a día de hoy tiene un bebé.


Encontré el agujero de un árbol donde Alexandra y yo metiamos papelitos que contenían nuestros deseos y monedas que los harían realidad. Descubrí que la calle empedrada ya no tiene las baldosas blancas y rojas que jugaba a sortear según su color. En los antiguos cines ahora existe una perfumería. Yolanda cambió de casa; Perete, aquel viejito gruñón del kiosko, ya se murió. Y el pueblo allí sigue, con sus abundantes casitas encaladas, rodeado de llanuras cubiertas de vid, esperando las caras nuevas que están por nacer y las antiguas que allí moran o que retornan para un sorpresivo recogijo del alma.

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