Porque a veces no sobran las palabras, ni las bonitas... ni las feas.
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sábado, 20 de octubre de 2007

Санкт-Петерб́ург (Sankt Peterburg)

Este es un mini-relato que escribí hace tiempo en mi antiguo blog, que apenas utilicé, y no quería dejar de compartirlo:

Nunca pude imaginar que acabaría así. Tan joven y tan vieja, tan viva y tan muerta, dejando trascurrir mis días, como hojas que caen de un árbol cansado, en esta habitación. Comparto lecho con mi abuela, mis padres, muy juntos, están más allá sentados, fijos sus ojos en la radio que no funciona más debido al corte del suministro eléctrico; mis hermanos en el catre me observan con los ojos muy abiertos. Creo que comienzan a delirar, "pan" les escucho decir. Fuera hace un frío de muerte, pero el Estado no nos puede proporcionar calefacción alguna. No hay madera. Y yo me siento tan triste que me quiero morir.


En la cocina compartida oigo silbar melancólicamente al ex-soldado del ejército rojo. Quién lo diría, fue alcanzado por un obus, y logró sobrevivir. Algo inédito. Pero, ¿y ahora? Viudo, retirado y solo, deformado por sus heridas de guerra, inválido y un poco loco, también espera que llegue su último día, mientras se prepara un té flojo y silba, silba por aquellos tiempos en los que la palabra "vivir" cobraba otro significado. ¿Para esto sobreviviste? ¿Para esto aguantaste en aquel hospital? Hurra por ti, juguete roto.

Fuera hace un frío de muerte, de perros, de locura. Son las 3 de la tarde, pero ya es de noche. Así es en pleno invierno: apenas unas horas de luz velada. No hay comida; ya tampoco podemos sentir el hambre. Los suministros no llegan, y nos sentamos famélicos en nuestros fríos asientos después de acudir con nuestras cartillas de racionamiento a diversas tiendas de la ciudad. Llueven las bombas, y tenemos que regresar, caminando sobre las aceras heladas. Voy a recostarme, arrebujada en mantas, y pensaré en el verano de Leningrado que no llega, en sus benditas noches blancas, en la tibieza del sol sobre mi cara. Pensaré en las estatuas del jardín de verano, que me observan altivas, mientras paseo acalorada con mis pies descalzos. Oleré las flores, sentiré la edad de la cúpula dorada de Sant Isaac en mis huesos. Me henchiré de gozo y creeré que en Leningrado no existe el comunismo, que hay otra vida posible, y así me dormiré feliz.


Y sabré que en un futuro este sitio se habrá acabado, aunque ignoro si estaré aquí para verlo; noto que nada será igual, y que ni siquiera esta ciudad mantendrá este nombre, y la avenida Nevski será limpiada de la nieve y de los cadáveres que esta terrible segunda guerra mundial nos ha dejado.

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